El síndrome de segunda ciudad es siempre difícil de superar, pero con su rico historial, Santiago no estaba condenada al deterioro en que cayó en las últimas décadas.

En los años 60, el renacer de la ciudad no produjo un magnetismo que sostuviera espacios diversos de desarrollo cultural ni el empuje económico necesario. La ciudad creció en tamaño por el flujo migratorio desde pueblos y campos aledaños, pero la élite intelectual emigró o se aisló. Joaquín Balaguer integró la élite económica tradicional santiaguera a su Consejo de Desarrollo y la escuchó, pero muchos también emigraron a la capital.

En los años 70 surgió el modelo de zona franca industrial que desplazó a la vieja agroindustria santiaguera. Se crearon nuevos puestos de trabajo, en su mayoría de bajos salarios, y hubo poca cabida para emplear una creciente clase media profesional. Por su parte, la nueva élite económica santiaguera que comenzó a forjarse en los años 80 se enfocó más en enriquecerse que en gestionar el desarrollo de la ciudad con el Gobierno Central.

Así, Santiago fue creciendo acéfalo, agravado por el hecho de que el PLD, que gobernó 20 de los últimos 24 años, nunca tuvo raíces fuertes en la ciudad. Santiago fue siempre una ciudad de balagueristas y perredeístas. Joaquín Balaguer hizo las principales obras públicas de la ciudad, y los tres presidentes del PRD, todos de Santiago (Antonio Guzmán, Salvador Jorge Blanco e Hipólito Mejía) invirtieron poco en grandes obras.

Con escasa incidencia política en los gobiernos peledeístas, la ciudad quedó en manos de alcaldes de la oposición, hasta que llegó Abel Martínez, aupado por la ola de votos a favor del PLD en las elecciones de 2016.

En su gestión ha enfrentado adecuadamente algunos de los problemas que perturbaban a los santiagueros: la recogida de basura, el ordenamiento municipal, y el embellecimiento de los barrios con murales que reaniman la vida cultural y económica. Por eso pudo reelegirse en el 2020 a pesar de la ola electoral en contra del PLD.

Pero los problemas que enfrenta Santiago trascienden la gestión municipal y ameritan de una intervención significativa del Gobierno Central. Me referiré a dos en particular para que no suene como una lista de atosigamiento: la infraestructura vial y la salud.

Santiago ha tenido un importante crecimiento poblacional en las últimas décadas, pero el crecimiento urbano ha sido impulsado por el sector privado sin la planificación vial adecuada. Hay pocas vías expresas, pocos túneles y elevados, y muchas calles pequeñas para el flujo vehicular. Por ejemplo, hace 20 o 25 años debió construirse una gran avenida por la calle Bartolomé Colón que conectara Gurabo y la Av. Estrella Sadhalá con el centro de la ciudad. Nunca se hizo.

Santiago necesita ya una estructura vial en consonancia con su crecimiento y un servicio eficiente de transporte urbano de autobuses.

Santiago necesita también una gran plaza sanitaria pública fuera del centro de la ciudad. El Hospital José María Cabral y Báez es pequeño para las necesidades de la ciudad y la región.

El presidente Luis Abinader clama su origen santiaguero y la vicepresidenta es santiaguera. Ojalá lleguen ahora las grandes obras en este tiempo en que no abunda el dinero y la competencia por recursos será mayor.

Antes de construir la Autopista del Ámbar, hay que invertir en el Gran Santiago para que tenga la infraestructura vial y de servicios públicos que demanda una población que sobrepasa el millón de habitantes.

Artículo publicado en el periódico HOY