El fin de la dictadura de los Seis Años 

Todavía en el último año de la tiranía encabezada por Buenaventura Báez, quien en la historia dominicana representa el prototipo del anti héroe nacional, se continuaba vulnerando la integridad territorial y el 18 de febrero de 1873 convirtió en el arrendamiento de la península y bahía de Samaná por 150,000 dólares a una compañía auspiciada por los aventureros estadounidenses general William L. Cazneau y el coronel Joseph Warren Fabens, la Samaná Bay Company of Santo Domingo, que de inmediato procedió a arriar la bandera dominicana para enhestar la de los Estados Unidos, lo cual provocó indignación en muchos dominicanos. 

Esta operación se basaba en los mismos términos del Tratado de anexión que se había firmado antes con el Gobierno de esa gran potencia del norte. El gobernador de La Vega, José Rodríguez Glisante, en su informe sobre el plebiscito realizado en esta ciudad incluyó el nombre de Pedro Francisco Bonó entre los que respaldaban esta ominosa transacción, lo cual debe ser puesto hecho en entredicho pues Bonó era un pensador de talante patriótico, y como tal, un defensor del ordenamiento nacional, además de que luego de 1867 se retiró de la vida pública y se dedicó a ejercer la medicina práctica, la abogacía en favor de los pobres y a la destilería de alcohol. (1)
A principios de 1873 Báez se había dedicado a resolver las contradicciones internas de su gobierno. como el alzamiento del general Juan Laffite y sus hijos en Puerta Plata, quienes debieron asilarse en consulado inglés, El propio dictador empezó a dudar de la fidelidad de su vicepresidente Francisco Antonio Gómez (Toñico), el ex ministro de Guerra y Marina, general José Hungría, “la capacidad militar más ostensible del baecismo”, según Nolasco, se vio compelido a buscar asilo en el Consulado británico al ser interceptada una carta suya donde exponía sus dudas sobre el éxito de la anexión del país a los Estados Unidos.  

A mediados de 1873 emergieron signos de descontento en la Región Noroeste con la rebelión de los generales de la Línea Noroeste, Federico García, Juan Antonio Polanco, Benito Monción y otros que habían sido los pilares de la tiranía allí. Estos caudillos experimentaron la desilusión de no ver concretizadas las expectativas que se forjaron en torno al régimen.  

Posteriormente, el entonces vicepresidente, general Manuel Cáceres (Memé), estimulado por Manuel María Gautier, manifestó su interés en postularse a la Presidencia de la República, lo cual no resultó del agrado de Báez.
Aunque el varapalo final se lo asestaron el 25 de noviembre de 1873 los dos principales caudillos militares del régimen en el Cibao, Memé Cáceres e Ignacio María González, quienes emprendieron un movimiento revolucionario que finiquitó “el demoledor, disolvente y proditorio período de los Seis Años”, como lo llama el historiador Alcides García Lluberes. 

General Ignacio María González.

En el Manifiesto publicado para legitimar la revolución se establecía que el tirano Buenaventura Báez había pisoteado la Constitución, convertido la República en patrimonio suyo y de su familia, mantenía a más de 1,000 en el exilio, las cárceles públicas repletas de ciudadanos sin procesar judicialmente.  

Además, por haber derramado más sangre en los Seis Años, en los patíbulos y en los campos de batalla, que toda la que había corrido en los veinticuatro años de existencia de la República, que la revisión la Constitución promovida tenía el cometido de declarar la reelección indefinida, por la enajenación de Samaná, por la odiosa práctica de violar la correspondencia privada,  porque la correspondencia y “por la presión bárbara y absoluta que por medio del terror se ejercía para hacer triunfar traidoramente el continuismo”.
El historiador José Gabriel García atribuye la caída del odioso régimen a la revolución unionista que se concretizó como resultado del pacto establecido entre los expatriados azules y relevantes figuras disgustadas del régimen a consecuencia de los ”evidentes fracasos militares de la revolución dirigida por Cabral y Luperón”. Al margen de las preocupaciones del P. Meriño, es de rigor resaltar que el 25 de noviembre tuvo un gran significado en el decurso histórico nacional, a juicio del historiador Roberto Cassá, pues comportó el fortalecimiento del Estado nacional, y, sobre todo, en lo adelante a ningún gobernante dominicano se le ocurrió abogar abiertamente por la anexión a los Estados Unidos o a cualquier otra gran potencia.
A todo esto se sumó la decisión del general Ignacio María González, gobernador de Puerto Plata, de proclamar su candidatura a la presidencia, con el respaldo abierto del periódico puertoplateño El Porvenir, sin que la tiranía baecista pudiera impedirlo pues se hallaba desgastada por la prolongada guerra que libraron los nacionalistas en su contra. 
En una carta que le dirigió el P. Meriño al historiador García le expresaba su desconfianza en los generales González y Memé Cáceres. Le decía que, si Báez y acólitos sobrevivían a la revolución, ellos no debían estar muy satisfechos pues temía mucho de la volubilidad de sus compatriotas, y si Memé y Gonzalito eran los prohombres de la revolución la situación quedaría idéntica para el Partido Azul. (2)
Es bien cierto que las insurrecciones de los azules no provocaron el derrumbe de la tiranía de los Seis Años, pero esto no disminuía la importancia de la guerra que durante cuatro años libraron los nacionalistas contra la anexión a los Estados Unidos, el despotismo y la vulneración de la soberanía nacional, sobre todo, el esfuerzo del general Cabral y otros patriotas en el sur del país. en el sur del país. 

El éxodo masivo de las familias sureñas 

Uno de los efectos deletéreos provocados por esta prolongada contienda bélica fue el desplazamiento masivo de las familias sureña, víctimas de las continuas requisiciones por parte de las tropas del gobierno. En el transcurso de la guerra grandes grupos de familias dominicanas se vieron conminadas a cruzar la frontera hacia Haití o huir despavoridos hacia zonas remotas despobladas, tal como podemos apreciar en el siguiente fragmento:  

“Ciudadano general, jefe del Ejército: En cumplimiento de la orden de usted de fecha de ayer, emprendí la marcha a la cabeza de la vanguardia y atravesando por los lugares nombrados el Veladero, los Cercadillos y Sabana Cruz, hemos llegado al amanecer de hoy a la Boca de Bánica. Todos estos lugares se hallaban desiertos, pues según hemos sabido por un viejo, las familias habían sido llevadas a Haití por algunos secuaces de Cabral.  

Solo al llegar cerca del río, se aproximaron a nosotros unos cinco o seis cacos a caballo, los cuales desde alguna distancia y creyéndonos de los suyos nos preguntaron por Cabral, pero al reconocernos huyeron haciéndonos fuego, sin que nuestros disparos lograran hacerle daño alguno”. (3) 

En otros casos las familias atravesaban la cordillera Central por Jarabacoa y San José de Ocoa para establecerse en el Cibao. Otras familias huían también hacia Haití, aunque en muchos casos los hombres emigraban para eludir el servicio militar obligatorio. 

La actitud de los intelectuales frente al anexionismo 

Algunos sobresalientes intelectuales dominicanos permanecieron indiferentes ante la determinación de Báez de anexionar el país a los Estados Unidos. Emiliano Tejera, por ejemplo, se mantuvo enclaustrado en su botica al igual que Ulises F. Espaillat. Idéntica asumió actitud Pedro F. Bonó a quien se le mantenía una estricta vigilancia y según el ministro Curiel respaldaba la anexión a los Estados Unidos:   

“El comandante de armas Moca me ha comunicado que el señor Pedro Francisco Bonó se ha comportado muy bien en Macorís, obrando a favor del tratado, haciendo comprobar a las masas las grandes ventajas que tendrá el país en este negocio”..(4) 

Pero la ideología anexionista no solo la asumían los gobernantes (Santana, Báez, etc.), sino también una proporción significativa del pueblo dominicano y solo una escasa minoría pensaba en sentido contrario. Por esta razón, Américo Lugo entendía que la cuestión de la anexión a los Estados Unidos debía ser ponderada con serenidad pues ”la historia política de los primeros tiempos de la República Dominicana es un canto trágico y litúrgico en que el pueblo repite el aleluya junto al oficiante. Lo que comunica vitalidad a las extravagantes aventuras anexionistas es la colaboración de las masas”. (5) 

Américo Lugo criticó contundentemente la tendencia anexionista del pueblo dominicano, al percibir en él una disminución del sentimiento patriótico: 

“[…] un pueblo degradado y corrompido que mira con indiferencia al extranjero introducirse en su tierra, gobernarla a su antojo y preparar así la anexión a que ha aspirado siempre, y el de un Estado que día por día entrega ¡inaudita locura! un atributo de su soberanía, por ignorancia, por cobardía, o por interés, al intruso poderoso que se le impone con audacia, le domina con la fuerza y le vence por hambre”. (6) 

Para Bonó resultaba absurdo que un país quisiera cambiar la condición de libre por el de la servidumbre. A su juicio, “un pueblo que tan repetidas veces se dona, se vende, tiene el conato de donarse o de venderse, debe haberse hallado y se halla sumamente desgraciado”. (7) 

Entendía Bonó que los gobiernos dominicanos, desde Sánchez Ramírez en adelante, por carecer de confianza en el futuro de la patria, solo habían dejado su impronta en la historia por anexionistas o por conatos de anexiones. 

A juicio de Bonó el enigma que los políticos dominicanos debían descifrar lo representaba el hecho de que siempre la totalidad de la Nación conspiraba contra su existencia. Las razones profundas del anexionismo del pueblo dominicano venían dadas por el anhelo de los dominicanos de ver finalizado el estado de guerra permanente en que se hallaba el país desde la constitución de la República, el que vinculaban a la pobreza y además al convencimiento de que sólo con la protección de una potencia extranjera se podía alcanzar la paz. (8) 

A esto se adiciona la arraigada representación predominante entre algunos sectores ilustrados de que el país carecía de medios para emprender por sí solo la marcha hacia el progreso.  

Para el historiador Roberto Cassá era “aceptable” que una gran parte de la sociedad dominicana “favoreciera” la anexión por diversas causas: 

“[…] para muchos bastaba que así lo desease Báez, a quien se le adjudicaba el don de ser infalible, al igual que el Papa; otros estaban cansados del estado continuo de guerras, que asociaban a la pobreza, llegando a la conclusión de que la única forma de que reinase la paz era a través del dominio extranjero; un juicio parecido se derivaba de la convicción de muchas personas de nivel cultural de que el país carecía de los medios para emprender por sí solo la marcha hacia el progreso, por lo que alguna forma de protectorado o de anexión resultaría conveniente”. (9) 

Referencias 

 (1) Véase el Estudio preliminar de Raymundo González al texto Pedro Francisco Bonó. El Montero. Epistolario, Santo Domingo, Biblioteca de Clásicos Dominicanos, vol, XXI, 2000, p. 22 y Alfredo R. Hernández, La Vega en la historia dominicana, tomó I, Santo Domingo, Archivo General de la Nación, vol. CCLXXV, 2016, p. 300. 

(2) J. L. Sáez (compilador), Documentos inéditos de Fernando A. de Meriño, pp. 266-267. 

(3) Carta de Ricardo Curiel, ministro de Hacienda en comisión a Buenaventura Báez, 10 de enero de 1873. 

 (4) Ibidem. 

(5) Américo Lugo, Obras escogidas, t. 2, Biblioteca de Clásicos Dominicanos, vol. XIV, 1993, p. 251. 

(6) Ibidem, p. 350. 

(7) Pedro F. Bonó, Ensayos sociohistóricos. Actuación pública, Santo Domingo, Biblioteca de Clásicos Dominicanos, vol. XXXII, 2000, p. 114. 

(8) Ibidem, p. 120.  

(9) R. Cassá, Héroes restauradores, Santo Domingo, Archivo General de la Nación y Comisión Permanente de Efemérides Patrias, 2009, p. 72.