Con una leve canción de esperanza adherida a sus labios de cantor del pueblo, acariciando la guitarra con el amor de sus dedos  y a las penas del alma poniendo armonía, murió el cantautor Víctor Jara, un artista chileno cuyas interpretaciones hicieron más sensible el corazón de Latinoamérica, por sus melodías primorosas y el contenido social de sus composiciones poéticas.

El verso es una paloma/que busca donde anidar/Estalla y abre sus alas/para volar y volar. /Mi canto es un canto libre/que se quiere regalar/
a quien le estreche su mano/ a quien quiera disparar. /Mi canto es una cadena/ sin comienzo ni final/y en cada eslabón se encuentra/el canto de los demás. (Fragmento –Canto Libre-Víctor Jara).

Nacido en una zona rural, con un inmenso torrente sanguíneo musical que corría por sus venas, heredado de Amanda, su madre campesina, que cantaba y tocaba la guitarra con la misma ternura con que enternecía las flores, y a quien viera partir tempranamente envuelta en la santidad de la abnegación materna y que más luego habría de recordar en una de sus canciones más afamada: “Te recuerdo Amanda”.

Estando preso en el Estadio Nacional de Santiago de Chile a raíz del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, encabezado por el general Augusto Pinochet, en contra del gobierno democráticamente elegido del doctor Salvador Allende, Víctor Jara comenzó a entonar canciones de combate para alentar el ánimo de sus compañeros de tribulación, haciendo caso omiso a las advertencias de los sicarios del autócrata quienes le amenazaban con abrirle fuego.

Pero no se amedrentó, su voz seguía prendida como una primavera, la tonada de su vihuela se entrelazaba valientemente con su canto, y fue entonces, cuando cumpliendo la orden superior de un oficial del régimen los soldados le mutilaron las manos para que no pudiera mimar con las yemas de los dedos las cuerdas de su guitarra, y aun así, continuó cantando con voz desfalleciente, solo con la fuerza  del espíritu que encumbra el heroísmo.

Y como los verdugos les temían a esas canciones, a culatazos limpios le destrozaron la cabeza, le rompieron la cadera por miedo a que se levantara de su tumba, le cercenaron el pecho con numerosos proyectiles, y a pesar de haber lanzado su cadáver entre muertos y muertos, no pudieron evitar la irradiación de su legado,  entre versos y cantos, anunciando que habría un nuevo amanecer.

De conformidad con las indagatorias encaminadas por la Comisión de Verdad y Reconciliación de Chile, en 1990, el cantautor Víctor Jara Martínez, habría muerto acribillado por 44 disparos el 16 de septiembre de 1973 en el Estadio de Chile, que hoy lleva su nombre, y su cuerpo arrojado a unos matorrales en las inmediaciones del Cementerio Metropolitano. Este 16 de septiembre se cumplen 47 años de ese acontecimiento.

Chile fue una pesadilla de dolor, testigos oculares afirman que en nombre de la democracia el gobierno de facto de Augusto Pinochet,  no sólo ordenó la tortura sistemática de quienes hacían resistencia activa, sino de cualquier ciudadano de los barrios obreros, tradicionalmente izquierdistas. En ese sentido eran fusilados uno por uno o de a grupos, en tanto las mujeres, eran violadas sin contemplación.

Entre las terribles barbaridades del régimen pinochetista, se cuenta la profanación de la solemnidad del funeral del poeta universal Pablo Neruda, cuyo féretro estaba rodeado de escombros y vasijas precolombinas destrozadas, obra maestra de los golpistas que enfurecidos, penetraron a la casa del autor de las más bellas Odas Elementales y las inolvidables Residencias en la Tierra; de poco sirvieron los 20 Poemas de Amor y la Canción Desesperada, no hubo forma de aplacar la ira de aquellos que nunca sintieron afecto por el prójimo.

Según las aseveraciones de Yvonne Delien, una joven reportera belga que se encontraba en Chile cuando comenzó el genocidio, a final del mes de septiembre ya habían desfilado a través del Instituto de Medicina Forense de Santiago más de diez mil cadáveres mutilados, con signos evidentes de torturas; pero a pesar de esa apreciación en pleno desarrollo de los hechos, la realidad es que las víctimas nunca han podido ser contabilizadas con certeza.

Posiblemente entre esos cadáveres estaba el cuerpo del hijo del doctor Ramón Blanco Fernández, prominente abogado dominicano, quien lloró amargamente la pérdida de su vástago a manos de las huestes calvarizantes del general Augusto Pinochet Ugarte cuyo cuerpo hoy yace, quizás, entre losas de mármol, pero su alma deambula como espíritu de ánima en pena.

Sin percibir el despunte del próximo otoño, Víctor Jara en septiembre de 1973 vivió su último verano, y hoy, con esta entrega pretendo rendirle un tributo de recordación, en homenaje colectivo, además, para aquellos que al igual que él, dispusieron de sus mejores días para entretejer ideas y sembrar esperanza en el corazón de América Latina.