“Yo creo que la comida, la cultura, la gente y el paisaje son todos absolutamente inseparables”. Anthony Bourdain

El Mesón de Bari debe su nombre al primer hospital europeo de América, el hospital San Nicolás de Bari, cuyas ruinas están ubicadas media cuadra hacia el Norte. De manera similar a las atenciones de la negra caritativa que cuidaba a la gente pobre y enferma en el histórico hospital, este icónico restaurante de la Ciudad Colonial sirve para sanar el alma y darle amor al cuerpo. En este caso con su exquisita comida típica dominicana y las atenciones sin fin de Cuqui, Marisol y el resto de la familia Mejía González y su equipo. Cuando se tiene mucho tiempo yendo al Mesón, llegar al edificio azul de la Hostos con Salomé Ureña es como encontrarnos con un ser querido a quien tenemos mucho tiempo sin ver: el encuentro es siempre fácil, siempre emotivo, siempre familiar.

 

Desde 1959 cuando la abuela de Cuqui, Doña Lucía Guerrero viuda Figueroa, fundó el lugar como una fonda en la segunda planta de su local actual, el Mesón ha acumulado décadas de historia e historias. Su comida ha impresionado a los paladares más exigentes como el famoso chef Anthony Bourdain y el actor y dueño de restaurantes Robert de Niro. Figuras públicas de todos los ámbitos e ideologías como los ex – presidentes Felipe González de España o César Gaviria y Andrés Pastrana de Colombia, los escritores José Saramago y Mario Vargas Llosa, el diseñador Oscar de la Renta, la entonces pareja de ensueño Angelina Jolie y Brad Pitt, la política colombiana Piedad Córdova, la mítica Celia Cruz y su esposo Pedro Knight y los integrantes de la famosa Orquesta Aragón han visitado y disfrutado el Mesón.

 

Lo mismo ocurre con las y los habitués nacionales que vienen tanto del mundo político como del cultural como la ex – vicepresidente Margarita Cedeño, los siempre recordados Víctor Víctor y el Gordo Oviedo, Minoú Tavárez Mirabal, Doña Milagros Ortiz Bosch, Francisco Domínguez Brito, Freddy Ginebra y Juan Basanta además de un sinnúmero de intelectuales y artistas de diferentes generaciones y países como quienes han dejado amorosas muestras de agradecimiento en las paredes del mismo restaurante.

 

El Mesón de Bari es una puntada fundamental del tejido urbano de la Ciudad Colonial no solo por su oferta culinaria sino por la tradición que recoge y reinventa de manera constante. Sea con la fiesta de fin de año que realizó por más de 20 años con el maravilloso grupo de son la Familia André en la calle Hostos, sea con las peñas semanales sobre literatura, política y derecho que se realizan en el restaurante o con la galería de pintura dominicana con obras de artistas como Ramón Oviedo, Elvis Avilés y Said Musa, el Mesón de Bari muestra lo mejor de lo dominicano sin caer en chauvinismos ni exclusiones.

 

Celebrar la comida y la cultura dominicana es justamente lo que ha convertido al Mesón de Bari en uno de los lugares favoritos de turistas, cooperantes y todo tipo de visitantes internacionales en chancletas o de traje, en su décimo viaje o con cara eterna de sorpresa en su primera visita al país. Hayamos nacido en República Dominicana o en Beijing, degustar nuestro plato favorito (el mío es la pechuga Marisol, ¡la recomiendo!), reencontrarnos con la sonrisa y el buen humor eterno de nuestra mesera favorita o conversar con Cuqui (el autodenominado “esposo de la dueña”) sobre los últimos sucesos del país o del mundo es sentir que te dan la bienvenida, es regresar nuevamente a casa.

 

El Mesón de Bari original está temporalmente cerrado por reparaciones y funciona en Lucía en la calle Hostos y en su segundo local en el Ensanche Naco. Este artículo fue escrito originalmente en el 2017 para la desaparecida revista Zoneo editada por Miguel Piccini y reproduzco esta versión revisada como parte de mi serie de crónicas urbanas.