Uno de los propósitos principales de  lectura de la realidad social y cultural de nuestros días, es la  construcción de una crítica interna y externa sobre los vínculos del Estado con el discurso público y privado, y cómo a través de éste funciona la validación de las redes comunicativas e informacionales que la sociedad va reconociendo, elaborando, imponiendo y procesando paulatinamente. Esta dinámica puesta en foco por los pensadores políticos y críticos de la burocracia moderna (Weber 1921, Touraine 1992, 1993, 1994) M.  Rose (1967),  debe tomarse en cuenta para la elaboración de un marco analítico donde se revele el significado de las estructuras sociocomunicativas de la relación Estado-Lenguaje, Estado-Nación y Estado-Discurso que particulariza el espectro político, a través de una conciencia portadora de significado ideológico, expresada mediante la instrucción jurídica e histórica del discurso estatal de nuestros días.

Impone esta búsqueda un rastro a través de la comunicación pública,  los acuerdos  escritos y los discursos formulados por los organismos del Estado que se encargan de estructurar las diversas políticas (económica, institucional, educativa, cultural,  su típica defensa y puesta en el proceso de organización de la cosa pública,  y otras).

 

El Estado contemporáneo se reconoce en las actuales transformaciones que provocan los cambios en el contexto crítico de la sociedad-cultura incidente en los sujetos públicos y privados. Los sujetos de la transmodernidad, en contexto y relación generan desde sus respectivos núcleos y formas de la representabilidad de la gobernanza que se va creando a partir de las prácticas políticas actuales, categorías críticas de los modos “insolidarios” del Estado-poder establecido a partir de los gobiernos contemporáneos (democráticos socialistas, gobiernos conservadores y neoliberales que han surgido de los radicalismos de derecha o izquierda, centroderecha o centroizquierda), donde los sujetos de derecho activan sus principios y fórmulas del autoritarismo, totalitarismo y cardinales de poder que evolucionan en sus instancias y modelos coercitivos o prodictatoriales. Se trata de acuerdos y coincidencias en propuestas estatales mal concebidas o mal aplicadas políticamente, por un Estado  populista que malinterpreta en el caso actual las diversas formas de necesidades sociales y sus movilidades estratégicas y coyunturales.

Merece esta afirmación una interpretación crítica, deontológica, institucional, praxeológica, en razón de las implicaciones que, en sus diversas ramificaciones, activan el sentido de sectores y procesos de la política cotidiana, relacionando las diversas concepciones que sobre la legalidad estatal tiene el sujeto civil como función o dinámica dentro de la sociedad contemporánea. Las estructuraciones discursivas de la instancia estatal, se articulan en las macroestructuras y microestructuras accionales, originándose un producto-productividad  dirigido a modificar o domesticar la conducta de los sujetos sociales en acción.

Estremecer la llamada lógica del discurso estatal mediante contramensajes, urdimbres  y tramados que produzcan la escisión en el organismo comunicativo, sería una de las finalidades del discurso oprimido. Un enfrentamiento entre ambos discursos (discursos de poder y discurso oprimido), siempre será minado por la estructura y las narrativas burocráticas del discurso de Estado y por su lógica de la dominación irracional validada a través de la conformación jurídica establecida, tal y como se hace observable en la explicación weberiana de las funciones estatales, institucionales y agentivas. (Ver, Max Weber 1904, 1919, 1919b, 1920).

Los diversos mundos de libertad aparente impuestos por el Estado, la política, la alteridad, la otredad, autoridad, norma y regulación del mismo, construyen  una visión que imposibilita el contacto relacional; la ley y el cumplimiento de la ley dominan el foco de las acciones públicas y privadas institucionalizándose las relaciones que sirven para ejecutar los objetivos propios de la promesa y la mentira política de dominación que ejerce el cuerpo gubernamental en el marco de un Estado “insolidario”.

Si la base discursiva generadora de las axiologías que problematizan los diversos mundos del sujeto público, se establece amarrada a los aparatos coercitivos e ideológicos del Estado y a la burocracia gubernamental que es la mediación más “importante” para organizar o reorganizar el orden y la materialidad de las convenciones gubernamentales.  Ese mismo enmarque  de reflexión, invita a un conocimiento más cercano de los diversos conductos por donde se mueve la “ideología de Estado contemporáneo”. Este juicio pospone, por el momento, cualquier argumento definitivo o conclusión sobre la relación Estado-lenguaje-discurso, pues la misma representa la base productiva para una práctica y un análisis empírico-situacional, sobre el fundamento y  la historia del contexto crítico discursivo de una política tensiva de la gobernabilidad.

 

  1. Maquiavelo, para fundamentar la razón política a través de la “razón de Estado” (El Príncipe, Escritos Políticos, Ed. Aguilar, Madrid, 1963, p. 91), observa que:

“Merece, pues, notarse que, al usurpar un Estado, debe su ocupador discurrir y hacer todas las crueldades de un golpe, para no tener que insistir en ellas todos los días y para poder, no repitiéndolas, tranquilizar a los ciudadanos y ganárselos haciéndoles beneficios”.

La formación del discurso estatal en la República Dominicana (y en muchos países del Caribe, Latinoamérica, Asia, USA, África), tiene una historia y un punto de arranque bastante controversial y sugiere un acercamiento que, si bien es cierto se inscribe en la actuación histórico-política actual, se perfila en las articulaciones y superestructurales de la instancia ideológico-política dominante.

Así, el Estado es, en el caso dominicano, una formación política ligada a variables de dominación que nace posterior a la Primera República de manera anémica e indeterminada en sus diversos  desajustes o acoplamientos, podemos inferir que las formas de producción y el discurso estatal  dominante agilizan el proceso de una particularidad represiva, decadente y corruptora de la sociedad dominicana. Dicho comportamiento no funciona igual en las nuevas sociedades globalizadas que han ido construyendo fórmulas posorganizacionales que movilizan sus diferencias e identidades socioculturales.

Los teóricos modernos y los políticos de la formación estatal ocultan sin justificación la circularidad manifestante del Estado, a través de la dinámica de su discurso. En nuestro caso Juan Bosch, en su libro El Estado. Sus orígenes y Desarrollo, (Ed. Alfa y Omega, Santo Domingo, 1987), alude históricamente al propósito de la relación Discurso de Estado y Sociedad.

 

Toda la práctica estratégica del Estado dominicano estimada a la luz de textos pro-oficialistas que no se apartan de la travesía moderna del Estado-Nación, reproduce el contenido de las construcciones neoestatales puestas en relieve por la focalización del Estado burocrático dominante. El cuerpo crítico de esta totalidad provoca las tensiones y temperaturas de su direccionalidad ideológica, sostenida por dos tipos de subjetividad: la subjetividad política dominante y la subjetividad política  del sujeto afectado y dominado. (Para una visión y versión del autoritarismo estatal en sus fases diasincrónicas, ver Jean Pierre Faye: Lenguajes totalitarios, Eds. Taurus, Madrid, 1974).

 

Este contexto se configura mediante  las opciones de los sujetos de la vida civil y oficial  “permanentizando” la conflictividad en el espacio de la acción política. Ciertamente y como ha demostrado la sociología política neomarxista y weberiana, las formaciones políticas se distinguen en el proceso de producción de objetos y conceptos cuya base funcional instituye la subjetividad crítica e histórica, así como  también, la subjetividad de los universos políticos y sociales marcados por un régimen de cardinales y acciones muchas veces contradictorias.