El gran cine dominicano está en manos de las mujeres. Da cuenta de esta afirmación lo visto en este 2022 en Santo Domingo: “Morena(s)”, de Vicky Apolinario, “Lo que se hereda”, de Victoria Linares Villegas, y “Vals de Santo Domingo”, de Tatiana Fernández Geara. Lejanamente recuerdo a Johanne Gómez Terrero con “Caribbean Fantasay” (2016), y recientemente una ópera prima más que brillante: “Guerrera” (2022), de José Castillo, con producción y edición de Carla Franchesa Robles.

Vals de Santo Domingo

Enfrentarse al cine dominicano es tratar de superar “lo dominicano”: el morbo, la calle simple, los problemas habituales, las reparaciones del humor antropológico y los gestos habituales de actores estrellas que se van repitiendo hasta uno agotar la versión gigante de las palomitas de maíz y querer arrancar para el malecón, a botar el golpe, porque el cine debería ser cine y una pantalla gigante de uno de los habituales y terribles programas del sábado dominicano.

“Vals de Santo Domingo” es una gratísima sorpresa. Tatiana Fernández Geara sabe de poesía. Sus tres personajes van fluyendo con sus esferas particulares, como especies salvajes en ese Santo Domingo más salvaje aún en el que ellos saben sacar la mejor lírica, las sonrisas y los desparpajos más sinceros, honestos, que uno pudiera ver en la gran pantalla.

Estamos ante tres niños a punto de concluir el círculo de la infancia, enfrentados ya a sus cuerpos y la cultura represiva “naturalmente” dominicana que tenemnos a la vista. Enfrentados a cinco siglos de duros prejuicios, el ballet ya no es sólo para señoritas forzadas por sus pudientes padres para que hagan algo artístico. Nuestro trío viene de la marginalidad, está enfrentándose doblemente a su condición social y también a la cultural. ¿Pueden los pobres solazarse en el arte de Nijinsky? ¿Saldría de Maquitaria o de Vietnam la próxima Anna Pavlova?

Tatiana Fernández Geara ya hizo puntos extraordinarios en “Nana” (2015), todo un poema en torno a la vejez, el tandem clases medias-bajas, la erosión de la vida misma. Con “Vals de Santo Domingo” las deudas se multiplican como los peces tras las miradas de Jesús: con la música de Bullumba Landestoy, que le sirve de marco al fin, sabiamente musicalizado; con una fotografía exquisita, que ha asimilado los códigos del tedio de las clases, los discursos, los consejos en cubano, la gestación de los nuevos cuerpos que genera una danza donde los sexos desaparecen, donde esos cuerpos tienen que trajearse con los mitos representados, es decir, que se tienen que descorporeizar al asumirse como un cisne, un huracán, una pez que salta pero que tiene que volver a su lago, de un ave que lanza sus últimos alientos porque ya no podrá alcanzar el otro polo de la esfera. “Vals de Santo Domingo” te lleva por los límites del cuerpo infantil, ese mismo que Balthus trató de ver en su pintura ahora expoliada por los extremismos, sin dejar de pensar en Lewis Carrol y su modelo tan joven y tan frágil y todos perdidos entre papeles amarillos y ya pocos sabrán que al final sólo quedará “Alicia en el país de las maravillas”.

En el “Vals de Santo Domingo” te vas diluyendo en tres historias que al final confluirán en el mismo escenario, con una ciudad al fondo que tendrá que esperar los últimos minutos para ser danzadas. Pero lo sabemos ya, querida Tatiana: no adelantaremos el final de tu película. Sólo diré que nunca había visto el esplendor de mi ciudad como en este film. Nunca Santo Domingo había sido tan tiernamente filmado y sabiamente trazado como cuando estos tres danzantes lo envuelven en su magia.

Pero como siempre vamos a ver el cine dominicano con cierto vértigo, esperando los trompe l’oeil habituales, no dejamos el nerviosismo del todo afuera. “Vals de Santo Domingo” asume un decir poético, aún y en la improvisación de los profesores de la escuela. El fino trabajo de edición nos lleva por disquisiciones que trascienden los muros escolares de la danza. Trabajar las manos, la punta de los pies, el gesto, es también saber escoger las palabras necesarias en la vida, los colores que no transgreden y se quedan timbrando lo mejor de la tarde, la noche, los sueños, los deseos de sol y hasta de lluvias.

En “Vals de Santo Domingo” estamos ante un gran cine, donde la dignidad se celebra como tiene que ser: sin aspavientos, con la soberanía de un cuerpo que al reconocerse en su propiedad rompe los hielos autoritarios y chabacanos de la calle. Los tres casi jóvenes asumen sus cuerpos, o lo que sería lo mismo: sus palabras, sus yo-es, como tres quijoticos barriales.

“Vals de Santo Domingo” se inscribe en lo mejor del cine contemporáneo: el que asume una palabra universal de lucha, celebración, consagración. No estamos ante el cine étnico habitual, ese que gracias al revelar “lo dominicano” no hace más que caricaturizarnos. Tatiana Fernández Geara ha tomado el camino más duro: el de salvarnos del chiste, el escándalo, la aporía, lo que retumbaría en el colmado o en el penthouse del Polígono Central o el facilón de las boutades habituales de nuestros exitosos productores.

Para acceder al cine sin etiquetas de “dominicano”, pero descarnando la doble moral del país dominicano, entonces “Vals de Santo Domingo” es todo un punto primero en el programa de lo que somos.

Estamos ante un cine que sueña, que nos devuelve la alegría ante el ser y el estar en esta media isla. Tatiana Fernández Geara logra un cine superlativo en la tranquilidad de las palabras más simples. Gracias al “Vals de Santo Domingo”.

Tatiana Fernández Geara.