La trascendencia del exprocurador Jean Alain Rodríguez Sánchez es de magnitud tal que hasta mi sobrino, Gregory, sigue al dedillo el proceso judicial al que está sometido. En síntesis, se diría que Gregory está muy pendiente del meduso caso.

Pero él no se queda ahí. También comenta las noticias al mejor humor de su abuelo, Don Luis. Justo ayer, cuando me disponía a escribir esta columna, Gregory se levantó temprano. Él estaba vestido como suele: en ropa interior, pero desnudo de la cintura hacia arriba. Parecía un turista gringo. Me dio el saludo de todas las mañanas.

— Mime –, dijo.

De inmediato preguntó por todos los familiares y por los amigos de la casa. Ese ritual mañanero se repite a diario. Luego lanzó un comentario sobre las noticias que escuchó la noche anterior.

Yo le pregunté:

— ¿Quieres café? –. Me respondió, no.

Yo sabía que él prefería que fuera José, su padre, el que le sirviera el café. Entonces se quedó parado frente al desayunador. Tenía la mirada perdida. Luego, antes de retirarse de la cocina, me dijo:

— Ñangue, Lalán nene neneo, Nonel sesei gangú–. Y se fue con la cabeza gacha.

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La biografía de Jean Alain Rodríguez revela que su padrastro fue el arquitecto Rafael Calventi Gaviño, un hijo ilustre de nuestra patria, que ejerció como embajador en Alemania hasta el 2018, cuando falleció. El cargo diplomático cayó a manos de su esposa Maybe Sánchez Caminero, madre del exmagistrado. Aunque May be, en inglés se escribe separado, se pronuncia mei bi y significa, puede ser. Y, sin duda, fue.

Con todo, Jean fue un brillante egresado en Derecho de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra. Aprovechó universidades del extranjero para ampliar sus estudios al tamaño de sus ambiciones. Obtuvo tres títulos de maestría. Uno en Derecho Penal, otro en Administración Pública y el tercero en Derecho Penal de la Administración Máxima, cualquier cosa que eso signifique. Sin embargo, fue un ejemplo de su generación, pues logró los máximos honores en la Sorbona de París.

Pero su actitud ante la vida nunca estuvo al nivel de su preparación. Se dice que Jean Alain ordenó que un prestigioso colegio de la capital cancelara la matrícula de un niño, condiscípulo de uno de él, debido a que su padre estaba acusado de lavado de dinero y tráfico de sustancias controladas.

En defensa de Alain Rodríguez, prefiero pensar que él quería evitar que ese pobre niño rico fuera objeto de burlas por parte de sus compañeros de colegio…

El punto es que Jean Alain se percibe así mismo como un hombre honorable, éticamente puro y un probado y eficiente servidor público. Solo debo recordarles que fue un funcionario público al más alto nivel desde hace cerca de treinta años. Cuando fue director ejecutivo del Centro de Exportación e Inversión de la República Dominicana, por ejemplo, las exportaciones del país aumentaron en un 14%. Creó la ventanilla única de inversión y obtuvo un total de 9,500 millones de dólares en inversiones extranjeras directas para el país. Sin dudas, un récord nacional para la época.

En cuanto tuvo la oportunidad de dirigir la Procuraduría General de la República transformó la institución. En vez de perseguir el delito, prefirió cometerlo él. Porque, como buen cristiano, quiso padecer todas las culpas en carne propia para librar a sus compañeros de partido de todos sus pecados.

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Confieso que yo sé muy poco sobre él, salvo su egregia altanería. Pero Gregory, cada mañana, me está abriendo los ojos.

Gregory es un niño con síndrome de Down. Cuando me expresó, Ñangue, Lalán nene neneo, Nonel sesei gangú, lo que me dijo literalmente fue: Miguel Ángel, Jean Alain tiene guineos, Leonel le va a hacer el mangú.

No tengo la menor idea sobre la relación que guarda Leonel Fernández con el mangú de Alain. Pero lo que sí sé es que Gregory lucía muy preocupado. Más preocupado que Mozart La Para, quien se divorció de su bella esposa Alexandra porque cuando llegaba a la casa después de un concierto no le pelaba el plátano.

Imagínense a Gregory, quien es un degustador pertinaz de la variedad completa del mangú; sean plátanos, guineos o rulos. Y hasta babea por unos tostones calentitos. El mofongo elaborado con plátanos asados sobre leña, majados con mucho ajo, para él es lo último. Por eso admira profundamente a Jean Alain, por el cuidado que le pone a ese producto al guardarlo en una caja fuerte.

No faltaba más. Me uno a mi querido sobrino Gregory. Jean Alain merece estar libre, libre de cualquier culpa. Sobre todo después de la célebre frase de AMLO, que dice que el poder atonta a los inteligentes y a los tontos los vuelve locos.

Y yo me pregunto, ¿Es justo juzgar a un loco?