He vivido las olimpiadas desde hace cincuenta años. Cada cuatro años ha sido mi cuenta regresiva hasta el día esperado. Este año no ha sido la excepción, aunque los juegos olímpicos se han retrasado durante un año por la fatal pandemia que nos ha perseguido, la COVID-19, estamos en los del 2020 + 1. Siempre le he llamado “el año perdido” por eso el + 1.

Para mí la llama olímpica y su recorrido ha sido un momento en el que el corazón se me quiere salir del pecho y la emoción me ha acompañado siempre. La tristeza me embarga cuando esa llama se va apagando lentamente porque terminan los juegos. Este año la tristeza me ha acompañado desde el encendido del pebetero.

Una ceremonia que siempre fue llena de alegría, este año ha reflejado la tristeza, pero también la esperanza. Desde la parte artística, hasta el recorrido de la llama y el encendido final.

Ver un estadio completamente vacío, observar lo mínimo de las delegaciones, el saludo de los atletas a las cámaras, hasta los fuegos artificiales, que para mí fueron virtuales, constituyen motivos de tristeza.

Nunca olvidaré las Olimpiadas de Barcelona en el 1992, en que un atleta paralímpico fue quien con una flecha lanzada desde su silla encendió el fuego que duraría el tiempo pautado.

La llama olímpica es encendida y llevada desde el “Olimpo” en Grecia. Recorre parte del mundo con los más diversos medios de transporte. Agua, mar y tierra.

Al abrirse las puertas del estadio, los portadores de la antorcha entran y de mano a mano va pasando hasta llegar a la mano que ha de tenerla al final. Este año entre los portadores estuvieron un médico y una enfermera que enfrentaron la pandemia desde el primer momento atendiendo  enfermos. Con esto hicieron un homenaje a los héroes invisibles.

Había muchas apuesta sobre qué atleta encendería el pebetero, la encargada fue la tenista Naomi Osaka, haitiano-japonesa, quien ha ganado desde su corta edad varios Grand Slam, además representará a Japón en estos juegos olímpicos en la disciplina de tenis.

Quise que mi nieto de diez años presenciara la inauguración. Mi interés era que pueda en un futuro, cuando sea padre y abuelo, contarle a sus hijos y nietos cómo fueron estas olimpiadas, que pueda decir: “Cuando la pandemia…” pues aunque no tiene la experiencia de los anteriores, me encargué de contarle y cuando volvamos a la normalidad, pueda establecer comparaciones.

Me emocioné al ver al abanderado de Tonga, Pita Taufatofua, taekwondista, embajador de UNICEF y abanderado en contra del cambio climático, desfilar con el torso desnudo y embadurnado de aceite. Él ha renunciado a muchísimos contratos, e incluso a Hollywood; quiere permanecer con la humildad que le inculcaron sus padres, un granjero y una enfermera.

Otro de mis momentos de emoción fue ver a nuestra delegación y sus abanderados bailar con mucha gracia un poquito de merengue.

Espero que éste sea nuestro  gran despegue hacia la normalidad, puesto que, como decía la señora Sheiko Hashimoto, presidenta de Tokio 2020 , “así como Japón pudo levantase de aquel devastador  tsunami, de igual manera saldremos de esto”.