Cuando José Vasconcelos construye su mito histórico y geológico, en La Raza cósmica (1925), para hablar del futuro de Latinoamérica no estaba pensando en el hibridismo racial entre blancos y negros, es decir, en el mulataje que puebla las tierras caribeñas sino en el mestizo del continente; esto es, al hibridismo impuesto entre conquistadores y primeros pobladores de lo que más tarde se llamará el Nuevo Mundo.

Aunque el escritor mexicano reconoce la tendencia de las “distintas razas del mundo” a mezclarse, formando un nuevo tipo humano a partir de lo existente, es crucial para el porvenir de la nueva raza el momento en que se realiza la mezcla y las afinidades que existen entre los elementos que se unen.

Nos dice el filósofo mexicano que “es fecunda la mezcla de los linajes similares y es dudosa la mezcla de tipos muy distantes” y coloca como ejemplo a españoles e “indígenas americanos”. La cuestión es que el mestizaje entre tipos disímiles “tarda mucho en plasmar”. Contrario al “crisol de las razas europeas”, como ocurrió en los Estados Unidos de Norteamérica o en la propia Europa, donde la mezcla de razas similares es la fuente, según el autor, de la cultura moderna.

A pesar de estos planteamientos, Vasconcelos sospecha de forma optimista que la mezcla más contradictoria, disímil, puede dar beneficios si el factor espiritual contribuye. Pero ¿qué significa este factor espiritual? ¿Dónde lo encontramos? Nada más y nada menos, según el mexicano, en la religión cristiana y los valores culturales que trae consigo.

El mito histórico y geológico enarbolado por el filósofo mexicano en 1925, repito, no tomó en cuenta el fenómeno de las islas tropicales en donde se fraguó la interesante mezcla entre personas esclavizadas negras y el colonizador blanco. La quinta raza que proyecta el imaginario mítico racial de Vasconcelos, raza que será una “raza universal” fruto de todas y superación de todas, no contempló el fenómeno del mulataje caribeño ya que esta “raza cósmica” provenía del tipo español o inglés y el remanente en el continente de la civilización de los “hombres rojos” o de la Atlántida. La madre África, para la fecha, era sinónimo de barbarie.

La Raza Cósmica, publicada en Madrid en 1925, fue un texto tan influyente en Latinoamérica como el Ariel del José Enrique Rodó. Pero, a pesar de su optimismo étnico para América, el elemento negro debía “blanquearse” para que tuviera la oportunidad de no constituir una “mezcla anárquica”. La consecuencia derivada de este planteamiento es que el mulato es un caso típico de cómo “la historia no tuerce su camino” en el proceso de integración y superación hacia la raza cósmica. En definitiva, el mulataje es un eslabón necesario en la aventura espiritual y racial de construir la raza cósmica porque muestra lo que debía ocurrir: “el negro debía redimirse” y “ser absorbido por los tipos superiores”.

Mientras que en el mestizaje entre blancos e indios ocurría una relación afín y armónica en la mezcla, en el caso del hibridismo entre blancos y negros ocurre una redención o, en el mejor caso, una absorción de los tipos inferiores por los superiores. Ya desde aquí se nos dice, sin más, la visión negativa hacia el fenómeno del trópico caribeño: el mulataje.

Vasconcelos publica en 1925, pero ya en nuestro país Federico García Godoy había escrito El derrumbe (1916) en donde plantea lo que “En el hibridismo de nuestro origen étnico residen los gérmenes nocivos que, fructificando con el tiempo, han determinado un estado social en gran parte refractario a un desarrollo de civilización efectiva y prolífica”. Aunque García Godoy no usa en esta obra el término mulato, ni mucho menos mulataje, la noción de hibridismo en este país está muy lejos de asemejarse a la noción de Vasconcelos. Incluso, la no mención de estos términos relacionados al componente negro de la sociedad y la cultura dominicana es parte de su discurso colonial y de lo que podemos llamar con Gonzalo Portocarrero de “utopía del blanqueamiento”.

Luego seguirán Moscoso Puello en sus obras literarias y en un artículo de opinión escrito en 1936; más tarde tendremos a Pedro Pablo Pérez y su Comunidad Mulata (1967).  Seguimos en la próxima.