Transidos se fueron y transidos permanecen allende de otros mares. Marcados por la esperanza de buscar mejor suerte a su situación económica y social, emigraron de la nación dominicana para establecerse en Estados Unidos, España u otras regiones del mundo. Cabalgan como nómadas rumbo a nuevo horizonte, a un mejor porvenir, huyéndole al Estado de malestar de la nación dominicana.  Soy de una familia que emigró, de gente laboriosa y cargada de sentimiento humano. Conmigo ha cabalgado la energía y la nostalgia de una juventud fracturada, que no se concilió, ni aun viviendo a una edad madura, con mis familiares en los Estados Unidos.  Mi vida de alma transida como diría, Camus, no deja de agitarse.

No dejo de pensar cómo analistas, investigadores o pensadores, cuando reflexionan sobre la dominicanidad no toman en cuentas a esta franja importante de dominicanos, que no están situados en el espacio dominicanos, pero sí desde el ciberespacio influyen sobre algunos puntos neurálgicos, como es el caso de las elecciones del pasado 5 de julio 2020, donde votaron, desde su hábitad fuera del país, en más de un 75%, en contra de la continuidad del PLD- danilismo en el poder.  Como emigrantes que he sido, como parte de toda una tradición de familia de emigrantes, quiero dejar constancia que han fallecido cientos de dominicanos por el coronavirus (COVID-19) entre los que se encuentran no solo los que vivimos en la sociedad dominicana, sino también, los que viven en Estados Unidos, España y otras regiones del mundo.

Los que somos emigrantes sabemos que nuestro dolor e incertidumbre es doble, por los amigos, los parientes que han fallecido en esos mares y los que han fallecido aquí en República Dominicana, los que han perdido sus empleos allá por impacto de la pandemia y los que se han perdido aquí en esta dominicanidad transida.

Cuando vivía en la ciudad de Nueva York, en la década de los noventa del siglo pasado, la experiencia de pasar cinco horas, cada martes y jueves en un Lago del Condado de Queens, contribuyeron a un diálogo conmigo mismo, que a la vez implicaba dialogar con los demás. Esto dio como resultado una experiencia de vida en tiempo real y de pensar más allá del espacio social y colocarme en otra dimensión, como es el ciberespacio.

De esa experiencia vivida en los Estados Unidos, fue que surgió mi texto: “Conversaciones en el diálogo. Narraciones filosóficas” (1995), el cual llegué a publicar 10 años después (2005), ya no viviendo en Estados Unidos, sino en la República Dominicana. El libro está formado por dos personajes filosóficos (Daniel y Zeli) y deja huella en lo permanente, lo no borrable, ya que forma parte de mi experiencia de vida y los recuerdos, de aquel Lago, ubicado en Flushing, del Condado de Queens, Nueva York; no de la posexperiencia, en la que hoy viven sumergidos una franja de dominicanos, específicamente los jóvenes nativos y de las aplicaciones digitales.

En ese texto hay un diálogo filosófico sobre la vida del dominicano, donde Daniel comienza a vislumbrar en ese tiempo (1995), cómo la especificidad dominicana se movía en la incertidumbre, en la falta de proyectos nacionales, en crisis de partidos políticos, de instituciones sociales, y que, sin embargo, no dejaba de seguir deseando sus caudillos (Bosch-Balaguer) y de participar en las pasiones políticas para resolver de manera clientelar los problemas personales.

Dice Daniel en el texto: “Vamos entrando como nación a una época de inseguridad, en donde nuevas formas de producción económica se nos presentan como la panacea a todos nuestros problemas, por lo que estamos dependiendo del movimiento económico externo para sobrevivir como nación”.  A lo que el filósofo de nacionalidad española, Zeli, le responde: “Eso sí es lamentable que tu país no se desarrolle como nación conforme a su economía interna y que hoy comience a tener fe en el turismo, en la zona franca y en los dólares que ustedes envían (dominicanos en USA) desde aquí. ¿Qué pasaría, Daniel, si esas fuerzas externas se esfuman de tu país?

A esta pregunta, Daniel, le contesta: “Realmente, no puedo responderte, Zeli, apenas la pasión ideológica y la fe empiezan a mitificar esa forma de hacer economía, no sé cuándo terminará, si es que un día sucediera, esperemos que no. Pero si tal cosa sucediera, espero que no nos agarre con un rosario en las manos, sino con otros proyectos, en donde la educación, el valorarse a sí mismo, sea parte de ese proyecto nacional, de esa manera entraríamos a un pensar filosófico, en tanto dominio de nuestro destino” (p.57).

Después de 25 años de estas reflexiones, contenidas en el libro “Conversaciones en el Lago. Narraciones filosóficas", seguimos careciendo de proyectos sociales que sacudan a la sociedad dominicana, lo más terrible de todos es que la pandemia del COVID-19, ahonda más el panorama que dialogaban, Daniel y Zeli, porque los conflictos sociales, la crisis económica y el desempleo, arropados con incertidumbre y perplejidad, están marcando el derrotero del dominicano transido, tanto aquí como allende a los mares.

Hoy seguimos reflexionando sobre estos temas, pero enredados en unos tiempos cibernéticos, transidos, de los cuales nos escapamos los dominicanos y que no solo forman parte de mi experiencia de vida en los espacios sociales sino también, de la posexperiencia, de esa hibridez que hoy caracteriza el ser dominicano en estos tiempos cibernéticos.

Vivimos enredados en las redes sociales, en acontecimientos que se han producido por obra de espacios virtuales, que he nombrados como posexperiencia en el cibermundo, el cual está caracterizado por flujos de información, de conocimiento, de participación y aprendizaje permanente, pero también de ciberbasura.