La inserción competitiva de la República Dominicana en los mercados internacionales de bienes y servicios es una condición imprescindible para el relanzamiento de nuestra economía y para alcanzar un desarrollo sostenido en el ámbito económico, político y social.

La entrada en vigor del tratado firmado en agosto del 2004 entre Estados Unidos, Centroamérica y República Dominicana (RD-CAFTA) sin que los sectores productivos estuvieran preparados, fue como tirarnos al mar sin saber nadar.

Era de lugar realizar las reformas necesarias que permitieran la rápida adecuación del aparato productivo al reto de la globalización, pues la integración por sí misma no podía verse como una estrategia de desarrollo, sino como uno de sus componentes.

Con la creación del Consejo Nacional de Competitividad (CNC) en noviembre 2001 durante el gobierno de Hipólito Mejía y bajo la rectoría de Sonia Guzmán, Secretaria de Estado de Industria y Comercio y jefa del equipo negociador del DRCAFTA, se empezó a trabajar en esa estrategia.

Se hizo de manera limitada, ya que para el gobierno era prioridad la negociación, bajo el alegato de que no hacerlo en ese momento nos pondría en desventaja frente a los países centroamericanos. Es decir, se pospuso la importancia de prepararnos primero.

El CNC logro más poder y trascendencia con la promulgación del Decreto 1374-04, convertido después, con el mismo contenido, en la Ley 1-06 de enero del 2006, promulgada por el presidente Leonel Fernández.

Desde ese momento un equipo dé jóvenes economistas, en su mayoría, bajo el liderazgo de Andrés van der Horst, Director Ejecutivo del CNC, asumió con calor los trabajos técnicos necesarios para la elaboración de la estrategia.

Trabaje muy cerca de esos jóvenes en mi condición de Secretario de Estado sin Cartera, Asesor Industrial del Poder Ejecutivo y miembro del Consejo del CNC. Pero para mí la designación más honrosa fue que el propio equipo me nombró padrino del proyecto, no solo por mi papel en la elaboración de la Ley, sino por mi apoyo incondicional al CNC y mi contribución para darle una visión desarrollista, innovadora e integral. Mas tarde me sorprendieron bautizando con mi nombre el salón de reuniones del CNC.

Tanto Andrés como el resto del equipo coincidían conmigo en que el problema debía abordarse desde una óptica más amplia, capaz de proyectar y definir una visión del país en que queríamos vivir antes de que concluyera la segunda década de este siglo y ponernos en forma decisiva a trabajar en ello.

Ese plazo ya se agotó

Debo destacar el tremendo esfuerzo realizado en ese entonces por los miembros de CNC, en conjunto con representantes de todas las asociaciones industriales del país, que culminó con la formulación de la Estrategia Nacional Competitividad y su Plan de Acción.

Este proyecto  fue anunciado con bombas y platillos por el presidente Fernández, pero corrió en la práctica la misma suerte que la mayoría los planes de reformas estructurales, que con mucho esfuerzo y costo se han elaborado en nuestro país: lo dejaron dormir el sueño de los justos.

Y lo que es peor, fue desconocido, aunque tratado de duplicar, en el gobierno de Danilo Medina, con el apoyo de muchos de los sectores empresariales que trabajaron en su elaboración y no tuvieron el valor de defenderlo.

Formé parte de ese gobierno y siempre defendí, por razones de principios, el contenido de la Estrategia Nacional de Competitividad y expresé que cualquier decisión cosa que se asumiera en esa línea debía partir del proyecto original.

Estoy convencido de que no obstante las debilidades de nuestra estructura política, podemos enfrentar firmemente nuestras deficiencias competitivas.

Para lograrlo es preciso trabajar junto al sector privado en desarrollar una estrategia que nos permita enfrentar exitosamente los retos de la globalización y desarrollar una plataforma productiva nacional diversificada, integrada a la economía mundial, así como  impulsar una cultura de competitividad que propicie cambios de comportamiento e incorpore prácticas de gestiones empresariales capaces de determinar dónde y cómo competir exitosamente.

Hablamos de una estrategia capaz de propiciar la creación y desarrollo de los sistemas de tecnología, capacitación y calidad y de mejorar el clima de inversión a través del fortalecimiento del marco regulatorio y estimulando el espíritu emprendedor, para que un mayor grupo de dominicanos y dominicanas constituyan nuevos negocios, generando así más empleos y riquezas.

La estrategia debería hacer énfasis en el desarrollo de las pequeñas y medianas empresas, garantizando su permanencia en el tiempo, así como su articulación con las zonas francas y el resto de los sectores y subsectores de nuestra economía.

La concibo integrada al cambio y creando un nuevo tejido industrial, con mayor peso en las actividades con potencial desarrollo competitivo de mayor contenido tecnológico y de carácter emergente en servicios y manufactura.

En fin, se trataría de un plan que permita a este importante sector de nuestra economía enfrentar las grandes presiones competitivas que hoy recibe debido a las nuevas regulaciones internacionales y al proceso de integración.

Actualizar la Estrategia Nacional de Competitividad y su Plan de Acción, podría servir de base para ese proyecto.

Hoy vemos a los productores arroz y de otros rubros con el grito al cielo, pues está terminando el proceso de desmonte arancelario y esos productos entrarán a nuestro mercado sin pagar impuestos y, por demás, muchos de ellos con subsidios abiertos o encubiertos de sus gobiernos de los países de origen.

Urge enfrentar esos problemas, más en un momento de crisis mundial e incertidumbre como el que estamos viviendo.

Fomentar un clima de confianza es una condición básica para alcanzar nuestro desarrollo y avanzar en las reformas de los sectores rezagados internos en procura de lograr la inserción competitiva de la economía dominicana en los mercados internacionales.

Es una tarea que por su naturaleza desborda la capacidad de cualquier grupo social o partido para enfrentarla, sobre todo en un país con grandes carencias institucionales, dispersión y poca articulación de los distintos grupos sociales.

Estas carencias se ven agravadas debido al sesgo clientelista que permea la mayor parte de las organizaciones políticas. Se trata de debilidades han sido un lastre muy pesado que ha limitado el alcance de algunas reformas.

El tiempo se nos agota, estamos en medio de una crisis mundial de consecuencias imprevisibles y aunque debemos trabajar con optimismo, hay que  estar preparados para lo peor.