Es muy frecuente que, colectividades o singulares individuos que se suponen tienen como referencia concepciones ideológicas, religiosas y políticas diferentes, converjan en sus posiciones frente fenómenos sociales, naturales y hasta en sus interpretaciones sobre determinadas situaciones o coyunturas políticas. Esa convergencia no es casual, obedece básicamente al hecho de que las posiciones o razones que los unos y los otros esgrimen suelen ser extremas, extremas en la interpretación conceptual de la doctrina, filosofía o base ideológica en que basan sus creencias.  Por eso, no resulta extraño que ante un fenómeno tan impactante como la presente pandemia se produzca una  coincidencia entre individualistas libertarios y negacionistas de toda suerte.

En efecto, el principio ético del individualista libertario es que los derechos individuales deben prevalecer sobre cualquier regla o ley de carácter social. Lo curioso es que ese principio, que constituye la base de una concepción extrema del anarquismo, una corriente política con papeles en regla y que rechaza todo tipo de poder organizado, coincida con diversos grupos fundamentalistas de matriz religiosa. El referido principio, era la base ideológica de figuras como la ex primera ministra inglesa Margaret Thatcher, que decía: “la sociedad no existe, sólo los individuos”. Obsesionada por la ética neoliberal, no le interesaba la sociedad, sólo el individuo consumidor de bienes, servicios o ideas.

La participación de muchos individualistas libertarios en algunos movimientos impugnadores del orden social siempre ha sido problemática, pues tienden a confundir exigencia de derechos colectivos con sus derechos individuales, por cual rechazan toda idea organización, o mediaciones. De ahí su inveterado rechazo a los partidos, a la política y a los políticos. Ven en estas agrupaciones el origen de todo mal, unos conjurados para el mal. En eso coinciden las actitudes de la generalidad de los actuales negacionistas contra la validad y pertinencia de la vacunación contra el Covid-19.

Ese tipo de negacionismo, este ha existido desde hace siglos. La primera vacuna contra la viruela fue obtenida de una proteína extraída de una vaca, por lo cual sectores de la Iglesia condenaron a su creador, oponiéndose  a su uso esgrimiendo el absurdo de que produciría cuernos y rabos en quienes pusieran en su cuerpo ese “organismo extraño”. Con otros argumentos, algo parecido dicen hoy los negacionistas del Covid-19, atribuyéndole su aparición a una conjura experimental con fines comerciales de las farmacéuticas y que la exigencia de un certificado de vacunación para entrar un espacio público constituye una violación a derechos individuales.

En un contexto de pandemia, más que en ningún otro, oponerse  a medidas restrictivas para proteger la salud, independientemente del signo del poder que las tome, políticamente constituye un error y una expresión inaceptable de individualismo libertario. Desde el punto de vista legal, reconocidas instituciones internacionales defensoras de derechos ciudadanos reconocen que el ejercicio de todo derecho individual está sujeto a restricciones que objetivamente son necesarias para salvaguardar el ejercicio pleno de derechos colectivos. En el caso que nos ocupa, esas medidas no sólo están avaladas por una correcta interpretación del derecho, sino por la ciencia.

El argumento de que todavía se desconocen los efectos futuros de las vacunas contra el Covid-19 es válido, como también los es la evidencia de que quienes la han tomado tienen mayores posibilidades de no morir si son infectados que aquellos que no lo han hecho. Y no sólo eso, sino que los primeros tienen menores probabilidades de contagiarse que los segundos. Por tanto, es totalmente justificado que determinados establecimientos públicos se arrojen el derecho de admisión a vacunados o no. El derecho, en este contexto de pandemia nada tiene que ver con ese derecho de admisión que se arrojan algunos establecimientos de actividades lúdicas/públicas para impedir la entrada a personas por sus condiciones étnicas que, impunemente existen en este país.

Algunos orientan la discusión, para justificar sus posiciones negacionistas en el sentido de la condena a las farmacéuticas por el aprovechamiento que estas hacen del flagelo para engrosar sus ganancias. Nada que objetar a ese argumento, pero ese no es la cuestión, la cuestión es que, en este caso, una restricción a un determinando derecho individual, se hace en un momento en que hay que elegir entre  el interés individual y el colectivo y resulta un imperativo ético de cualquier estado transarse por lo segundo, porque se basa en una realidad razonablemente objetiva. Insistir en la defensa de un derecho, cuyo ejercicio supone la negación de derechos colectivos, constituye una inexcusable  miopía.

El negacionismo generalmente se basa en una fe irracionalmente asumida, a veces con violencia y sin jamás pensar en el bien común, en una creencia que no tiene fundamento alguno. El individualismo libertario exige o niega en nombre de una libertad orientada hacia el ensanchamiento del ego o la práctica de un hedonismo a veces desenfrenado, una forma de fe que, como la otra, carece de todo fundamento racional, histórico o político.  En eso, en cierta forma, se da las manos con el negacionismo.