El ser humano considera la muerte natural como algo único, impactante, pero, ¿no existe en la naturaleza el ciclo permanente de vida / muerte / vida?

¿Qué pasa cuando un árbol muere? ¿Hemos visto la vida que hay debajo de un tronco de árbol caído? ¿Y los nuevos árboles que salen? ¿Y cómo todo el ecosistema toma energía?

Toda vida se encamina hacia la transformación. El final del laberinto de la existencia es conocido. ¿Qué hace­mos con nosotros durante el andar de ese laberinto? ¿Qué queremos dejar en la memoria de quienes quedan? Y ¿qué podemos hacer para mejorar nuestra propia existencia y la de los otros?

La muerte es un proceso que toma mayor evidencia cuando llegamos a cierta edad (aunque no hay edad para la muerte). Poco a poco vamos dejando de hacer algunas cosas: patinar, esquiar, correr, fiestear, tomar alcohol, subir monta­ñas, etc. Esos son pequeños cambios que disminuyen parte de nosotros… Y el reto, entonces, es reflexionar sobre cómo podemos superar esos cambios, y eso nos ayuda a preparar­nos para la partida final.

Si vivimos una vida sin muchas acciones de qué arre­pentirnos, convencidos de que hemos hecho lo mejor que pudimos para dejar un mundo más feliz y vivible cuando partamos, nos preparamos para la muerte con la actitud correcta.

Se piensa que el ser humano es el único ente natural que tiene conciencia sobre su propia muerte. Y en esa conciencia busca trascender el tiempo y el espacio, busca las razones de la inmortalidad, de la trascendencia… Y nos preguntamos: ¿cómo queremos trascender, una vez que partamos de esta dimensión? Eso sólo puede ser contesta­do por cada uno en su interior.

Hay quienes lo buscan a través del cariño que dejan en los corazones de su familia, de sus amigos, de los seres humanos con los que recorren este camino llamado vida.