Lo que pasa en la familia se refleja en la escuela, y lo que pasa en la escuela se refleja en la familia, ambas, células importantes de la sociedad. Nos estamos equivocando, y mucho, si pensamos que lo que ocurre con nuestros hijos e hijas es un asunto que se corrige con castigos o expulsiones. Es muy difícil querer enderezar con puniciones lo que se ha programado torcido. Pero, ¿qué es lo torcido? ¿Será aquello que es ajeno para mí pero tan familiar para muchos otros? ¿Qué es lo derecho? ¿Será eso que no me confronta, que no me provoca ruido, que no choca con mi sistema de creencias, con mi estilo de vida, con mi mundo de privilegios? ¿O será eso con lo que crecí de pequeña, aquello que no elegí, pero que, a fuerza de tanto ver y ver, terminé asumiendo como correcto?

Se nos está olvidando qué tipo de sociedad está conformando a nuestros jovencitos. Se nos está olvidando la violencia normalizada desde toda suerte de variables y estímulos. La violencia institucional, los niveles de pobreza -educativa, material, mental y social- que transitan en muchos de nuestros barrios. Es de ilusos creer que un sistema vivo puede permanecer sin crisis; la familia y la escuela son sistemas vivos y este tiempo es uno de gran convulsión. Y es de esperarse, dado el curso que hemos venido tomando como sociedad, para ponerlo más pequeño, pues si extrapolo este pensamiento al mundo, todos estarán de acuerdo en que la humanidad parece haberse vuelto loca.

Por sólo citar una variable, ¿qué tal la música? No se si algunos de los que me leen habrán caído en la cuenta de que toda la música que están consumiendo nuestros muchachos suena igual. No es solo que la letra diga lo mismo,  que ya es un tema gordo, es que es la misma melodía. Y esto me dice algo muy interesante. La música, como todo estímulo, produce una reacción en el organismo, genera una respuesta mental. No es secreto que se puede manipular masas por medio de técnicas de manejo sensorial produciendo así embotamiento mental. No me extraña que esto sea así con la música actual, que parece ser casi toda la misma “cosa” ruidosa.

Hagamos un ejercicio. Tome cuatro o cinco temas del género urbano, quítele las letras y quédese con la melodía. Ahora trate de identificar cuál tema es cual. Todas tienen el mismo tempo -velocidad de una composición musical-. Uno muy escaso, por cierto, pues las mismas notas se repiten una y otra vez con alguna que otra variación. La música actual más consumida y que más pa$$ta está generando es de bajísima calidad, no solo en instrumentación, también lo es en composición y letras. Es música de consumir y tirar -desechable-, y por muy poco memorable. Sin miedo a equivocarme, me parece el instrumento perfecto de estrategia de ingeniería social, y creo que los resultados saltan a la vista.

Con amor y cuidado les enseñamos a nuestros hijos sobre las partes privadas de su cuerpo, les decimos que son áreas que nadie debe tocar, sin embargo, pocos años después o al mismo tiempo estos mismos niños -papás y mamás incluidos- tararean y cantan letras que solo hablan de tetas, culos, que "quiero un totito inédito, uno nuevo, uno nuevo…". Resulta que hemos traído lo privado, lo que concierne a adultos, a la esfera de lo público y del espectáculo, para el consumo de nuestros menores, con escasa o ninguna regulación.  Nuestros niños y niñas están saturados de estímulos sexuales hipergenitalizados.

Ahora bien, una sola no puede combatir este sistema de cosas, no puedo evitar que mi hija escuche la música actual. No puedo criar a un ser vivo en una burbuja, porque el mundo allá fuera es voraz, rampante y trae de todo. Lo que sí puedo es hablar con ella sobre lo que ocurre, socializarlo, escuchar qué piensa, hacerla parte, acompañarla en su exposición a tanto estímulo que está, en gran medida, fuera de mi control. Haciéndolo, deposito en ella la mejor información disponible con amor y con actitud comprensiva y siempre atenta. Es una labor de todos los días. Ni la familia ni la escuela deben escapar a esta responsabilidad y lo están haciendo.

Desde la psicología de mercado, lo que más funciona para que los cantantes urbanos actuales logren impacto y pegada es acudir al morbo, apelando a imágenes de contenido explícito, la opulencia, el culto a lo material y la arrogancia; eso lo saben las disqueras y los que financian el mundo de ese espectáculo. Lo mismo pasa cuando montan algunos shows, como un franco chuleo de lenguas entre dos artistas mujeres, o el divorcio súper sonado de dos figuras del mundo musical. Todo es parte de la maquinaria, que no puede parar ni estar quieta, pues necesita generar ruido constante para mantener a los alienados con su dosis diaria de alimento. Hay quien muerde este alimento -que no alimenta, por cierto- sin darse cuenta, porque se nos olvida que todo el tiempo estamos consumiendo y siendo formados, por medio de nuestros sentidos, seamos conscientes de ello o no.

Así todo lo anterior, de nada sirve que usted apriete y apriete pensando que está agarrando, deteniendo o conteniendo. Habrá fuga por arriba o por abajo, pero la habrá. Como padres, madres y tutores, estamos llamados a abrazar estos temas con nuestros hijos, como familia, como sistema. No se trata de que los muchachos de ahora no sirven, no se trata de que es el final de los tiempos, no es que ahora es imposible con la Internet, el boom de las redes sociales y la cultura de lo idiota y lo imbécil. Sí, ahora todo es más complejo, conlleva más esfuerzo y requiere mayor paciencia, pero siempre el hogar y la familia serán el centro, así esta sea de dos, tres o cinco miembros.