Celebro con gran alegría que, nueve años y pico después de haber hablado durante más de dos horas en Montevideo, el 8 de agosto de 2011, con Eduardo Galeano, narrador, periodista, ensayista y sensible testimoniante, nunca neutral, de las gestas latinoamericanas de más

Cafetería Brasileros, lugar de la entrevista a Galeano

de la mitad del siglo pasado, hasta su muerte, en abril de 2015, autor, entre más de veinte obras, de “Las Venas Abiertas de América Latina” y “Memoria del fuego”, yo haya encontrado, sin esperarlo ya, entre una tonelada de cosas viejas, la grabación de esta entrevista. Por eso, por fin,  aquí la tienen…

La cafetería “Brasileros”, un acogedor espacio sin ruidos, patrimonio del centro histórico de Montevideo desde 1877, existe para hablar de cosas generalmente trascendentes y para celebrar permanentemente la amistad, con sus sueños y logros, en un país donde la gente habla y sonríe (y tambien levanta puños) en la calle, en el parque y en todos los lugares donde te la encuentras de frente.

“Brasileros” es también el lugar donde Eduardo Galeano compartía cada día la palabra y la pasión (que en su caso era lo mismo) con sus amigos, viejos, recién conocidos y extraños, que lo buscaban allí porque sabían que allí estaba, siempre dialogante y dispuestos a compartir sus luminosos hallazgos.

Allí llegué como un extraño más, aunque bien recomendado por Hamlet Herman, su mejor amigo dominicano.

Es la primera vez que vengo al extremo Sur y llego de Chile, un país cargado de miedo y olvido. Allá he percibido cierta resignación a lo que hay, treinta años después de aquel 11 de septiembre, aunque reclamando justicia, mientras los gobernantes piden reconciliación.

Eduardo Galeano habla suave, lento, cortando los saludos de cada uno de los que llegan a ocupar las sillas más cercanas a él, para aprender de lo que dice…

“Es que todos los países, todos los reinos de este mundo, están hechos de luces y de sombras. Entonces, hay que siempre tener en cuenta que la realidad no es solo la que aparece a primera vista, a los ojos, sino que siempre hay otra realidad detrás, a veces escondida, a veces más visible, como ocurre ahora en Chile, que parece un país resignado a aceptar la muerte de Allende, como acepta la muerte de muchas otras cosas”.

Por cierto, me estremeció la tumba de Allende y la de Víctor Jara…

“Lo que yo quería decir era justamente que a veces daba la impresión de ser un país que los había enterrado.

“Eso es lo peor que podría ocurrir con esos muertos, que insisten en ser vivos, que quieren ser vivos, que quieren seguir viviendo en las palabras que dejan, en el ejemplo que dejan, en la obra que han hecho, y que de algún modo sigue viva en otras manos.

“Sin embargo, a pesar de esa impresión, de que en Chile se habían impuesto las voces de mando de la resignación y, sobre todo, de una filosofía de la vida que acompaña esta cultura del mercado que estamos padeciendo, que es la filosofía que nos obliga a que se salve quien pueda, y a sustituir el abrazo por el codazo, o sea, la idea de que el prójimo es una amenaza, nunca una promesa, y que por lo tanto se salvará el que mejor pueda entenderse, defendiéndose”.

Siempre he sostenido que Allende no se suicidó, sino que realidad fue asesinado, porque se suicidó para cumplir con su palabra, pues acosado por el golpe de Estado militar, él había dicho: ‘’Yo de aquí no salgo vivo’’, frase dicha en la historia por numerosos políticos, pero cumplida por muy pocos.

“Muchos, pero después de ‘yo de aquí no salgo vivo’ salen  rumbo al aeropuerto”.

Veo que en la izquierda, tanto en Chile como en Argentina, el debate de las contradicciones está ausente…

“En Uruguay, también. De  ningún modo somos una excepción.

“Yo creo que la contradicción es el motor de la historia y que eso lo olvidó el marxismo en la etapa más dogmática, la peor, cuando se confundió el marxismo con el estalinismo, como si los cristianos hubieran confundido a Jesús con la Inquisición.

“En esa época se impuso una lógica lineal, una visión de la historia en línea recta, que negaba la contradicción o, que peor todavía, condenaba la contradicción como herejía, que era lo que la Inquisición hacía, o sea, al fuego los herejes, al  fuego los que discrepan…

“Tanto, que se llegó a acuñar en esos años tristes de la izquierda latinoamericana una expresión –para mí repudiable- que negaba la diversidad, rebautizándola como ’diversionismo’. Palabra nueva para mí”.

Yo tampoco la entendí nunca.

“Bueno, pues es un modo de desprestigiar la diversidad. Diversionismo quiere decir traición, o sea, la diversidad es una traición, pero ocurre que la realidad es diversa; es más, lo mejor que tiene la realidad es la diversidad.

“Si por algo tenemos que luchar nosotros los latinoamericanos es por la recuperación de nuestra diversidad, negada en este mundo paradójico, muy paradójico, que es un  mundo que por un lado nos condena a la desigualdad y cada vez más honda, más ancha, la brecha entre los que tienen y los que necesitan”.

Y estamos metidos en la trampa de la globalización, de la que usted tanto ha hablado en los últimos años, y para mi resulta, precisamente, una negación de esta diversidad.

“Es una negación de algo muy hermoso, que es la herencia universalista, la herencia internacionalista que la izquierda dejó a lo largo de sus mejores períodos en el mundo entero. La certeza de que somos todos diferentes, afortunadamente diferentes, pero que también compartimos la esperanza de un destino común y la certeza de que el futuro puede ser construido, creado, inventado, en lugar de ser aceptado, o sea que no estamos condenados a repetir la historia, podemos hacerla; y eso es internacional, que nos une más allá de los mapas, de los tiempos, de las lenguas, de todo.

“En cambio, la globalización es el internacionalismo del dinero, o sea, una visión global de un mundo cuyo eje es el dinero”.

Quizás usted sea el único de los intelectuales latinoamericanos que ha asumido un discurso que tiene continuidad frente a la famosa globalización que se nos impone. Y quiero saber si en Uruguay, o en estos países del extremo Sur, tan lejano al Caribe, hay otros discursos dentro del mundo intelectual.

“Los hay, como en todas partes. Como decían los gauchos de José Artigas: ‘nadie’ es más que ‘nadie’, por lo que 'naide'  es menos que 'naide'. Hay de todo en la viña del Señor

Los intelectuales en mi país están muy dispersos. Están tan dispersos que ya no se puede afirmar que haya intelectualidad organizada, movimientos intelectuales, tendencias y escuelas, sino burocracia académica, por así decirlo.

“La verdad es que ese tema no me quita el sueño, porque nunca me gustó que me llamaran intelectual; nunca me sentí cómodo con la palabra intelectual”.

Entonces, ¿cómo usted se identifica?

“Yo me identifico como lo que aprendí una noche de unos pescadores colombianos: la ´palabra 'sentipensante', que me marcó para siempre.  Sentipensante es el que es capaz de sentir y de pensar a la vez, porque une lo que piensa con el mundo de la emoción.

“Cuando me llaman intelectual siento que soy una cabeza que rueda por los caminos, que me cortan, que me cortan el cuerpo, el sexo, la barriga, todo lo que uno es. Nosotros somos una identidad, una unidad fracturada, rota en pedazos, por un sistema que también divorcia el pasado del presente, el cuerpo del alma, y que está continuamente divorciándonos para evitar que nos integremos.

“Entonces es una palabra que no me conmueve mucho, y la verdad es que nunca, al juntarme con otras gentes en causas comunes no les pregunto si son intelectuales o manuales, porque eso recoge también la peor herencia del colonialismo español, que es el desprecio por la mano”.

Usted no me ha hablado de Uruguay, que ha renovado en toda América Latina las esperanzas, vamos, muy vivas. El gobierno de Mujica para muchos de los que vivimos en el Caribe, representa una conquista importante…

“Sí, yo también creo, y lo apoyo. Soy miembro del Frente Amplio y creo que en lo fundamental el Frente es por lo menos preferible con relación a sus enemigos, a las otras opciones posibles. “Pero yo no creo en el deber de obediencia; creo –al revés- en la libertad de conciencia. Entonces, yo no me callo la boca y cuando discrepo, discrepo, y no vivo escondido en un sótano, como otros”.

¿Qué le reclama a Mujica?

“Le reclamo lo que está ocurriendo con los recursos naturales, porque están por entregar el hierro a empresas esquilmadoras que otorgan pan para hoy, pero que no quitan el hambre para mañana, porque las minas de cielo abierto son devastadoras de las riquezas naturales del suelo, y el Uruguay sigue viviendo en gran medida de la lana, la leche, la carne y buena parte de eso, sobre todo lo que está en manos de pequeños y medianos productores, corre grave peligro con estas minas de hierro que se proponen desarrollar. No creo que esté correcto”.

¿Y qué dice del campo político?

“Andamos mal por nuestra incapacidad para llegar más lejos en el camino de los derechos humanos. Yo creo que en eso Argentina está más lejos está, mientras en el Uruguay perdimos dos plebiscitos, y no logramos derogar la infame que Ley de Caducidad de los crímenes de Estado, y de la pretensión punitiva del Estado; o sea, que el Estado renuncia a castigar los crímenes de lesa humanidad aquí cometidos”.

¿Y Mujica qué dice al respecto?

“Dice un día sí, otro día no, y no se sabe. Es muy ambiguo en eso.

“La otra cosa que me parece lamentable es que también se hizo un plebiscito, que también participé y que también perdí –soy un perdedor, nací para eso-, para otorgar el voto a los uruguayos en el extranjero.

“Uruguay es un país peregrino, un país habitado por gitanos. Tenemos 700 u 800 mil uruguayos fuera, para una población interna de tres millones. Y esos uruguayos para votar tienen que venir al país, pues no pueden votar en el exterior”.

Estamos hablando de casi una cuarta parte de la población…

“Y eso es un crimen de lesa democracia, cómo esos uruguayos no van a tener derecho, si se ha convertido en un deber enviar parte del dinero que ganan, buena parte del dinero que ganan, para las familias que están aquí. Entonces, muchas de esas familias han votado contra el derecho de voto de esa gente que se sacrifica por su país”.

En Santo Domingo en eso sí hemos logrado cosas importantes, no solamente el derecho al voto, sino también la representación congresional del emigrante, con diputados que representan a la población que vive en el extranjero.

Por cierto, allá tenemos cosas que nos unen a Uruguay. Por ejemplo, tenemos la ejecución aquí de Dan Mitrione, el famoso torturador norteamericano que entrenó a la policía dominicana en las prácticas más brutales de tortura, y que aquí fue ejecutado por los tupamaros.

“¡Ah…¿Mitrione torturó allá también?…No sabía!

El formó un cuerpo de tortura en Santo Domingo, con todo lo que había aprendido a lo largo de su fatídica carrera.

“El usaba mendigos, que atrapaban en las calles como si fueran animalitos abandonados. Los cursos de torturas eran con esos conejos de indias, para explicar dónde había que colocar la picana eléctrica, en qué lugar, en qué momento”.

Evidentemente, él hizo allá su licenciatura y aquí hizo el doctorado. Por eso, cuando los tupamaros lo ejecutaron aquí, allá hubo una celebración general.

“El que lo lloró de verdad, con lágrimas ciertas, fue Frank Sinatra. Porque Mitrione era otro de su clan mafioso. Estaban muy marcados por las prácticas mafiosas”.

Pues vea usted cómo existen vasos comunicantes entre los pueblos…

Por ejemplo, el Frente de Liberación de Vietnam del Sur exterminó la compañía 101 de la 82 División Aerotransportada de los Estados Unidos, en una operación que se llamó “Santo Domingo Heroico”.

“¿Por qué la exterminaron en Vietnam?”

Porque en Santo Domingo, durante la invasión norteamericana de 1965, sus miembros se habían caracterizado como los más crueles, incluyendo un sargento de apellido Willard, francotirador, que mató alrededor de 40 civiles dominicanos, y que fue ajusticiado en Vietnam.

“Bueno, ese es el internacionalismo que yo opongo a la globalización. La globalización globaliza el dinero y el internacionalismo globaliza la dignidad humana, porque esos son actos de dignidad. Yo no estoy a favor de la pena de muerte, pero esos fueron actos acto de reivindicación de la dignidad”.

Hay algo importante también y es la renovación de las utopías. Pero no las utopías de ese pasado estalinista, sino que tiene que asumir el ciudadano consciente del mundo. Usted es un ejemplo; me permito declararlo así, cuando muestra su angustia por el problema ecológico, por lo que está sucediendo, porque hace treinta años no nos preocupaba tanto esa ocurrencia…

“Lo que pasa es que recién ahora empieza a crecer la conciencia de que la dignidad humana y la dignidad de la naturaleza son dos nombres de lo mismo; o sea que eso es parte de la lucha por la dignidad, porque nosotros somos parte de la naturaleza,  y ese es otro divorcio que impuesto por el colonialismo, porque los indios creían que eran parientes de las plantas y de los animales. La idea de que nuestro mundo no abarca todo lo que tiene patas o alas es una idea importada, porque en América se creía que éramos lo mismo”.

Galeano tiene otros compromisos meridianos, y el encuentro debe terminar en “Brasileiros”, para extenderse media hora más caminando con él por las viejas calles de Montevideo, por las que los abrazos y saludos a cada paso no le permitirán llegar puntualmente a su cita.

(Lo que a él no le preocupa, pues Eduardo Galeano camina despacio y sonríe, como toda la gente de Montevideo).