Para el viejo era la mar, como para todos los pescadores veteranos. La gran mujer que concedía inesperadas fortunas o arremetía con terrible inclemencia según lo determinaran sus designios misteriosos. También importaban la suerte y el buen tiempo. Pero, sobre todo, importaba el hombre, su corazón y su fe. Así lo sentía Santiago, viejo pescador que no había cogido ni un solo pez en 84 días y era, por tanto, la burla de unos y la tristeza de otros. Dicha sal le había privado de la compañía de Manolín, su joven amigo y ayudante. El muchacho no lo acompañaba por decisión propia, sino por la de su padre, quien había resuelto como una pérdida de tiempo el prestar servicio a alguien tan “rematadamente salao”. En cambio, Manolín le proveía de sustento y remolque de sus instrumentos de pesca. El viejo le había enseñado a pescar. Manolín era un joven agradecido y un símbolo impecable de la lealtad.

Pero el viejo estaba destinado a encarar solo su gran aventura. Aunque bien sabía que nunca se está realmente solo en la mar, porque junto al pescador pululan sigilosamente criaturas de toda índole. Así fue confirmándolo tras emprender su viaje en medio de la bruma tropical. Criaturas amigas y enemigas, por las cuales sentía un profundo respeto. Un lobo de mar, al fin y al cabo, con la plena confianza que confieren las cicatrices y las vicisitudes más amargas de la vida. Ya muy lejos de la costa, el viejo nos recuerda que un verdadero hombre jamás se pierde en la mar, porque puede leer las estrellas y conoce los caminos que socava el viento.

Pero, en fin, después de dar con pequeños peces y agotar por un momento su incesante monólogo, un gran marlín muerde su anzuelo. Al principio no sopesa la magnitud del pez, hasta que descubre su silueta debajo del agua. Entonces el viejo comprende que atrapar este pez no solo supondría ganar dinero y comida, sino que le devolvería el honor y el respeto perdido entre los demás pescadores. Tiene una entrega tan absoluta en la tarea que poco importan el cansancio y las heridas posteriores. El viejo desarrolla, además, una relación muy estrecha con el pez, y lamenta profundamente tener que matarlo.

El viejo y el mar es una novela del escritor norteamericano Ernest Hemingway publicada por primera vez en 1952. Está ambientada en Cuba y deviene en la lucha de Santiago, un hombre que resiste a sus propios límites y a las fuerzas de la naturaleza. Se cree que este personaje está inspirado en Gregorio Fuentes, un viejo inmigrante de las Islas Canarias que residió en Cuba y fue primer oficial del barco de Hemingway.

Sin embargo, en el reportaje periodístico “un canario y un americano en Cuba: Gregorio Fuentes y Ernest Hemingway” de Emma Romeau (1993) el mismo Gregorio Fuentes revela que Hemingway pudo inspirarse más bien en un episodio ocurrido una tarde en la que navegaban en el Pilar, el barco del escritor norteamericano. Vieron cómo un viejo y un niño trataban de hacerse con una pesca demasiado grande para su pequeño bote, y parecía que de un momento a otro se la comerían los tiburones circundantes. Hemingway trató de prestarles ayuda, pero el viejo la rechazó con insultos y maldiciones. Tras el hecho, el escritor “anotó todo, y posteriormente lo guardó”, según Fuentes. Ciertamente, el personaje de la novela dista mucho de la actitud beligerante del supuesto viejo real. Gregorio Fuentes fue conocido, en cambio, por su deferencia y su inquebrantable fuerza de voluntad. Por lo que es evidente que el escritor configuró a uno con el carácter del otro.

Aunque nunca se revela textualmente la nacionalidad de Santiago, la alusión de sus ojos azules y sus sueños exóticos sugieren que efectivamente es hijo de tierras transatlánticas. Por otro lado, resulta interesante subrayar que sus sueños se delimiten a los paisajes canarios, al África más dulce y remota, y no reparen ya en otros aspectos de su vida. Como si solo el candor de su tierra natal pudiera cubrir un vacío inconsciente. Hemingway habría detectado esta melancolía en Fuentes y posteriormente la desarrollaría en Santiago. Algunos críticos consideran, de hecho, que, dada esta condición de inmigrante del personaje, la hazaña de capturar un gran pez respondería en última instancia a cubrir su sentido de pertenencia con el pueblo cubano.

Santiago representa, más allá de todo, la lucha de un hombre que trasciende su fuerza y su mente para llevar a cabo lo que se propone. Pese a su pequeña concepción del mundo y de sí mismo, el viejo no desiste jamás en su empeño por darse a valer. He ahí su grandeza y su cruz. A fin de cuentas, es el retrato del hombre mismo, que intenta hacerse con su propia historia. La captura del gran pez, símbolo de sueño y reivindicación, no solo proyecta el final de un largo viaje, sino el principio de un legado que hace hueco junto a nuestro corazón.